miércoles, 29 de julio de 2015

Adelante



Ella estaba deprimida de tanto intentarlo una y otra vez, era la quinta vez que tropezaba con esa misma piedra. La quinta vez que volvía a caer en su propia trampa, y de nuevo se sentía dolida consigo misma, se sentía hundida y solitaria en la soledad de su habitación. 

Entonces algo dentro de su cabeza se encendió, simplemente era la consciencia la que llamaba a su puerta para recordarle que debía estar tranquila, que hizo todo lo que estaba en su mano para que saliera bien.

La incito a pensar en todas esas veces que navegaba por Internet sin encender el WiFi, las veces que salía de casa dejando las llaves dentro,  en las que cantaba la canción que sonaba en la radio equivocándose de estrofa, e incluso aquellas que aun sabiendas de que cometía errores, vivía y era feliz.



La incitó a pensar en que vida está para eso, para reírse de uno mismo y seguir caminando hacia delante, sin tener miedo de lo que piensan los demás, sin temer a las posibles equivocaciones. Porque equivocándose es como las personas aprenden, no vale quedarse tumbada en la cama recordando las cosas que hace mal, aunque es cierto que nos sirven para avanzar. 

Es mejor perdonárselo a uno mismo  y en caso de que sea necesario volverlos a cometer. Si algo hay que tener claro en la vida es que a base de heridas aprende el Ser Humano.



Debía saber que daba igual las veces que la puedan intentar hundir, porque sigue siendo esa persona especial, con cada zapatilla de un color, con agujeros en los calcetines, con granos de comer tanto chocolate. Alguien feliz que no se deja llevar por lo que le dicen, alguien que sabe lo que quiere y que no se rinde al intentar conseguirlo.



Es muy cierto eso de que no se madura con los años, sino con los daños, porque lo importante no es actuar como una persona aburrida y consciente de sus actos, sino aprender de cada uno de ellos sintiéndote seguro de uno mismo y vivir. Lo importante es vivir.



Por ello, la hizo llegar a una reflexión final, y es que no importa el grado de seriedad que tengas en su rostro, sino el de alegría de tu corazón.

Y así la conciencia hizo que ella se levantase de la cama, esa bendita y sana conciencia, que la hacía consiente de todas sus acciones, que le separaba el bien del mal y que finalmente la sacaba de todos los apuros deprimente en los que entraba. 


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